La palabra “nuevo” encierra al menos dos conceptos (y así también en griego). Uno es el aspecto cronológico y en este sentido “lo nuevo” se diferencia de o contrasta con “lo viejo.” Lo nuevo es el mañana; lo viejo es el ayer. Una experiencia común de todos los días es que el ayer ya no vuelve; el ayer “se fue” y cada día se aleja más. Y conforme “avanzamos” en el tiempo, lo nuevo siempre viene a nosotros, quizá imperceptiblemente, con el disfraz de “en los siguientes minutos, horas, días,” o “próximamente” y otras expresiones similares. Y eso nuevo, más allá de lo que sea, genera una expectativa que eventualmente puede transformarse en ansiedad. En este sentido, notemos que Dios dice que quiere darnos un futuro y una esperanza (Jer. 29:11). Es decir que, de alguna manera, el futuro, el mañana, encierra el concepto de esperanza, y esa esperanza, cuando viene de Dios. nunca defrauda, siempre es para bien. Es algo sano, es algo que hace al desarrollo integral del ser humano; es parte del diseño divino para nuestras vidas. Una de las grandes enseñanzas de Pablo y que él resalta, por ejemplo, en todas las iglesias a las que escribe, es la esperanza en la venida de nuestro Señor Jesucristo. La esperanza, por lo tanto, nos da una orientación en un sentido de eternidad, aunque ese es un evento que cierra, por así decirlo, los tiempos cronológicos. Es más, a la luz del autor de Hebreos, la esperanza es un ancla que nos fija al trono de Dios, al lugar santísimo, su santa morada (He. 6:19). Entonces toda estructura que se abre hacia un mañana, encuentra su diseño en la esperanza que Dios estableció en eternidad y para eternidad, pero que le da sustento a nuestro diario vivir. A la luz de Ro. 8:24 (1 Co. 13:13), la esperanza se desenvuelve en un marco espacio-temporal y, aparentemente, rotas estas estructuras, ya no se va a definir más o, al menos no, como la conocemos.

Un segundo significado es “nuevo” en el sentido de “calidad”: nueva calidad. Es decir, lo que diríamos “mejor”. Quizá algo “nuevo” no sea porque es algo más reciente, sino que es algo que funciona o funciona mejor o está sin uso hasta este momento. Dos cosas del mismo tiempo, una que se usa y la otra que no, no hace a que la segunda sea más nueva que la primera. Pero el uso le da un aspecto o perfil de “gastado”, mientas que la otra se ha mantenido “nueva”. Pero no es más moderna; sólo que no tiene uso y funciona quizá mejor. Una comparación también que puede usarse es dos autos, uno de una marca común de las que se ven a diario, modelo del 2.018, y otra de alta gama del 2.010. Si uno usa el común, cuando pasa al de alta gama del 2.000, este último parece más nuevo que el primero, por ser de mejor calidad.

En este sentido, en la Biblia, el “nuevo” pacto que establece Jesús, por ejemplo, es uno de mejor calidad que el antiguo. El cielo y la tierra “nuevos” son también de mejor calidad. El vino “nuevo” también es el de mejor calidad. El énfasis no es tanto la temporalidad de lo que se establece, sino la calidad, por la estructura interna que tiene o por el beneficio o por el tiempo “nuevo” en que estamos.

Pero una diferencia que es importante entender entre ambos conceptos de “nuevo” es mientras el concepto cronológico tiene un carácter, por así decirlo, inexorable (en principio, no se puede detener o repetir –no se puede volver al ayer), la buena o mejor calidad se puede corromper. Por lo tanto, lo que Dios pone en nuestras manos lo sujeta a nuestra responsabilidad. Es más, el “nuevo hombre” es creado en él, en justicia y santidad de la verdad (Ef. 4:24). Pero, en tanto que estemos en esta estructura espacio-temporal, Dios sujeta a nuestra responsabilidad aquello que Dios crea, incluyendo a nosotros mismos. Nosotros podemos estropear lo que Dios hizo, por nuestro mal uso.

Dios abre un tiempo nuevo. Es futuro, por un lado, pero también es un futuro distinto, mejor. Con esto se abre otro elemento que es la concepción del tiempo en la cosmovisión hebrea antigua. El tiempo está asociado a un contenido. La intervención divina que crea y define, no lo hace en el vacío, sino con un contenido específico. El ejemplo más claro es cuando Dios crea los días en Gn. 1. Dios no sólo hace cronología, sino hace cosas conducentesa la definición de los distintos días. Nótese que primero dijo que fuera la luz y la luz fue, y separó luz de las tinieblas, etc., y finalmente dice fue el día uno. No es que hizo el día uno y luego le puso algo a esa cronología. Sino que lo que hizo en esa espacialidad definió lo que sería el tiempo. De modo que si hay tiempo cronológico es porque hay un contenido seguro en él. Notemos también este pasaje: “La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la piedra principal del ángulo.  Obra del SEÑOR es esto; admirable a nuestros ojos.  Este es el día que el SEÑOR ha hecho; regocijémonos y alegrémonos en él” (Sal. 118:22-24). El salmista habla de una obra en particular que el Señor ha hecho, y la ha hecho en un determinado día. Dios creó “un algo” y “un día” para que lo contenga, para que nosotros y ese algo se encuentren en ese día, y ese día sea día de celebración, de gozo, de fiesta por lo que eso significa. Conocemos la historia, sin embargo, que ese día, los hombres (llamados “edificadores”) –“los suyos” (Jn. 1:11)– desecharon la piedra. El día está pensado para gozarnos y regocijarnos, por el contenido y por lo que implica; es un contenido que finalmente se relaciona con nosotros y ese es el objetivo. Y cada día tiene un contenido por el que es válido regocijarse. Lógicamente, podemos hacerlo “por fe,” porque no lo vemos, pero a la luz del salmo, el salmista encuentra razones para gozarse y regocijarse, porque el contenido de ese día le ha sido revelado. Cada día tiene un contenido por diseño divino, en el que encontramos razones para gozarnos.

Ahora bien, muchas veces una creación no se desarrolla en un solo día (etapa), sino en un conjunto de días. Y esto es lo que se ve en la creación (Gn. 1), que requiere seis días en ser completada. En este sentido, es relevante entender que el primer día es, en rigor, “día uno” (yom  ’ejad, y no yom rishon), pero los siguientes son ordinales (segundo, tercero, etc.). Esta palabra ’ejad, viene del verbo ’ajad, que es “hacer uno, unificar”, de allí que implica una pluralidad de elementos en su seno que se han unificado. Y esto es particularmente importante al entender que en el día uno están todos los demás contenidos. En el primero el concepto de día, y así, la naturaleza de los demás. De la misma manera, este 2.018 es el “año ’ejad” del nuevo tiempo al que entramos y que su naturaleza define a todos los que vienen a continuación. Y no es un número (2.018), ni siquiera un número que contiene 365 números. Hay un contenido particular –y primero creó su contenido, antes de envolverlo en una estructura temporal. Hay algo especial para el 2.018, y  esto no quita que se limite y termine a este año cronológico, sino que se abre a los años siguientes. Y es un tiempo nuevo, nuevo con respecto al año pasado, pero también nuevo porque es de mejor calidad. Esa calidad mejor no tiene que ver con un diseño defectuoso de Dios de los años anteriores, sino con la luz que tenemos y con la que ingresamos a este nuevo tiempo (de otra manera perdemos el beneficio), y por el hecho de que, por diseño divino, no todos los días son iguales –un concepto más griego–, sino que viene con diseño particular (en el concepto griego el tiempo hay que llenarlo; hay que hacer algo o perder el tiempo). Dios creó algo para este año que es diferente al contenido para el año pasado: por este contenido no se define o limita sólo el 2.018; se expande hacia adelante. De modo que toda tendencia tradicionalista y de movernos conforme lo hacíamos anteriormente cae por tierra.

Reforcemos un poco lo que decíamos anteriormente. Cuando leemos los días de la creación en Gn. 1, notamos primero todo lo que ocurre en ese día y luego está la definición del día y de su posición secuencial (segundo, tercero, etc.). Leamos esto a la luz de Ef. 2:10: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas”. Observemos que Dios preparó buenas obras antes de la fundación del mundo, es decir, las preparó en la eternidad, fuera del tiempo, pero para que anduviéramos en ellas, en el tiempo. Entonas crea un tiempo para que nosotros andemos en esas obras que creó en la eternidad. Por otro lado, “somos hechura suya”. Fuimos también creados en la eternidad y en relación con las obras, para que andemos en este tiempo en ellas. Con esto queremos decir: Tanto nosotros como las obras que debemos hacer fuimos creados en la eternidad, pero para que se junten ambas en la temporalidad (sino lo uno y lo otro estarían incompletos –y esto tiene que ver con el propósito y el sentido de la vida). Con esta luz, ¿cómo entendemos este 2.018 como “tiempo nuevo”? Hay algo que fue creado en la eternidad, pero para ser desarrollado en un determinado tiempo (2.018), pero nosotros también fuimos creados en la eternidad y nos confrontamos con este 2.018. La realización de ese contenido va a ser que el 2.018 sea el 2.018 que Dios quiere que sea, y que nosotros seamos los hijos que debemos ser. El hacer las obras crea el tiempo propicio, días agradables, tiempo de bendición. El no hacerlas o el postergar lo que debemos hacer, crea un “falso tiempo”, otro 2.018, que va a tornarse esclavizante, entristecedor, pesado, amargo, etc. Porque el contenido define al día y nuestro propósito es encontrarse con ese contenido.

En otro lugar hemos definido el tiempo como la ventana de misericordia en la justicia eterna de Dios para que la gracia entre y la salvación pueda producirse. Jesús va a decir, viendo a Jerusalén dice: “no conociste [ginosko] el tiempo [kairós] de tu visitación” (Lc. 19.44b). El contenido de ese tiempo fue la presencia del Hijo. Y aunque se efectuó en un tiempo cronológico, aquí más apunta a la irrupción de la eternidad en la temporalidad (kairós). Un 2.018 como un tiempo nuevo, es también una manifestación de la misericordia de Dios y así una irrupción de la eternidad en nuestra temporalidad, que es necesario conocer o con la cual hay que tener intimidad (ginosko): “andar en las obras de ese día.” Y esa es la obra que Dios nos manda hacer. Es la obra de la fe, es la obra de la gracia. Es la provisión de gracia que nos desbloquea y nos desancla de todo estancamiento, levantándonos a otro nivel, anclándonos a la eternidad (He. 6:19).

Te animo, entonces, a encontrarte a ti mismo (esto que parece “griego”, tiene su fundamento bíblico, porque en Sion la iglesia se encuentra con sí misma; cf. He. 12:23), en Cristo en este 2.018, y en las obras que Dios preparó en la eternidad, para que la ventana que en su misericordia que Dios abre en este 2.018 nos levante a un nuevo nivel de conocimiento de él. En este sentido, oro para que, como dice Pablo, los ojos de nuestro entendimiento sean abierto y podamos comprender con todos los santos toda esta dimensión que se abre a partir de este año. Al pueblo de Israel se le predicó el evangelio, pero no lo aprovecharon porque no lo recibieron con fe (He. 3). Hoy tenemos una luz particular y comenzamos a entender algo más de la realidad espiritual; sepamos capturarla. Y de allí oro para que nos sea revelado el contenido de cada día de este año y que el desafío que propone no nos asuste, sino que nos anime: lo preparó Dios para gozarnos y alegrarnos en él.

1 En griego la palabra néos es nuevo en el sentido primordialmente cronológico. Por su lado, la palabra kainós tiene que ver con “nuevo” pero más en el sentido de calidad.